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El placer del displacer

  • Foto del escritor: luzmarus
    luzmarus
  • 7 ene 2016
  • 1 Min. de lectura

Hemos oído en una ciudad tan psicoanalizada como la nuestra, la frase "goce" hablando de cierto placer en el displacer. Como una búsqueda inconsciente de aquello que supuestamente nos hace mal, pero que nos da un beneficio oculto.

Algunos lo confunden con el zadomasoquismo explícito. No es lo mismo. Ahí se elige. En el displacer no elegimos, somos elegidos. Somos esclavos de ese deseo oculto.

Vamos a terapia para curarnos de algo que supuestamente nos hace mal, pero nunca nos preguntamos si podríamos vivir con eso. Si pudiesemos soportarlo, como parte de la condición humana.

Los psicoanalistas hablan del "costo" de aquello que nos da placer. Y del beneficio que obtenemos en la queja constante. Pero pocas veces escuché que así somos, y que como una vez le dijo Freud a un comunista: "El hombre no quiere felicidad, el hombre quiere desear". En ese deseo, en ese sufrimiento previo al deseo, pareciera que radica nuestro displacer, el cual se distiende en los momentos de placer. Aunque breves, necesarios.

¿Por qué nos quedamos donde nos quedamos? ¿Por qué defendemos aquello que decimos que nos hace mal? ¿Por qué necesitamos quejarnos? Tal vez porque sin eso nos sentiríamos vacíos, sin motivación. Simplemente porque encontramos nuestro lugar, aunque no sea el paraísmo prometido.

Y defendemos nuetra tierra, la que nos hace ser quienes somos.

Y aunque sea una gran defensora del hedonismo, también defiendo esa cuota de displacer necesaria que necesitamos para poder seguir viviendo.


 
 
 

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"No todo lo que parece bueno lo es ni todo lo que parece malo."

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